Agustín Pániker-Escritor y editor.
Las religiones están de actualidad. El tema de la identidad también. El auge de diversos ismos lo demuestra. Y cuando aunamos ambos aspectos y abordamos el de la identidad religiosa el asunto resulta fascinante y, a veces, explosivo. Todavía más si contemplamos el universo de las identidades religiosas de la India, que es extremadamente denso y cromático.
Una de estas se me antoja particularmente interesante: la identidad sikh. En la India, el último censo arrojó algo más de 19 millones de sikhs y se estima que 2 millones y medio viven fuera de la India, especialmente en la angloesfera (EE.UU., Canadá y el Reino Unido). ¿Cómo definir a un sikh?, ¿quién es un sikh?, ¿qué es el sikhismo? Obviamente, el sikhismo será aquello que cada uno considere que es y un sikh será aquel que no niega serlo. Y punto. Pero, so pena que este escrito se termine prematuramente, vamos a intentar una aproximación, aunque sólo sea como ejercicio didáctico.
La palabra sikh (con frecuencia –y a mi entender, incorrectamente– castellanizada “sij”) procede del verbo punjabí sikhna que quiere decir “aprender”, y de la sánscrita shishya, que significa “discípulo”, “alumno”. Un sikh es –o suele ser– aquel devoto o discípulo que venera a los diez Gurûs del sikhismo y aprende el camino de liberación que proclamaron. Dicho linaje comenzó con Gurû Nânak, un místico del Punjab (Norte de la India), al albor del siglo XVI; y finalizó con Gurû Gobind Singh, a principios del XVIII.
Las enseñanzas sobre la liberación (mukti) a través de la meditación en el Nombre Divino (Nâm) ofrecidas por Gurû Nânak y sus sucesores se encuentran en las Escrituras sagradas de los sikhs, reunidas en un volumen conocido como Âdi Granth o Gurû Granth Sâhib. La autoridad que para cualquier sikh posee este texto es incuestionable. El Libro sagrado ha otorgado coherencia a la comunidad y suturado sus distintas sensibilidades, en especial desde que cesó la institución del Gurû personal, a comienzos del siglo XVIII.
Aquellos que se declaran seguidores de Gurû Nânak y sus sucesores constituyen la comunidad (Panth), originalmente conocida como Nânak-panth. Desde que el décimo Gurû, Gobind Singh, declaró que no le sucedería ningún otro maestro humano, la autoridad del sikhismo recae en el Libro (Granth) y en la propia Comunidad (Panth).
El edificio o templo que alberga ritualmente el Âdi Granth es llamado gurduârâ. Todo sikh reconoce el rol de las gurduârâs en expresar los ideales igualitarios de los Gurûs, especialmente a través de la institución de una comida colectiva llamada langar. El papel de las gurduârâs en cohesionar a la comunidad ha sido y es asimismo fundamental; todavía más si hablamos de los sikhs que viven allende la India.
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Durante la época del último Gurû algunos devotos optaron por iniciarse en la fraternidad de la Khâlsâ y, desde entonces, se guían por su código de conducta (rahit). Entre las exigencias que se mencionan en el moderno código de la Khâlsâ sobresale la obligación de seguir las “cinco Ks”: el cabello sin cortar (kesh), un peine que lo sujeta (kanghâ), un calzón corto (kachh), una pulsera de acero (karâ) y un puñal (kirpân). Estos cinco símbolos comienzan en lengua punjabí por la letra “k”, de ahí que sea común designarlos como las “cinco Ks” (pañj-kakke).
Aunque la mayoría de sikhs no ha tomado la iniciación en dicha fraternidad, muchos son los que siguen sus requerimientos básicos. Ello se traduce en mantener las insignias de las “cinco Ks” y evitar el tabaco. Estos emblemas diferencian claramente a la mayoría de –varones– sikhs de otros colectivos indios. Bien que el origen de la enseñanza y de la comunidad sikh fue claramente hindú, los avatares de la historia y las experiencias de la comunidad en sus cinco siglos de existencia han ido generando un claro sentido de identidad separado.
La mayoría de sikhs es punjabí o de ascendencia punjabí. No obstante, y a pesar de que la comunidad desconoce el proselitismo, cualquiera puede convertirse al sikhismo.
En cuatro pinceladas han sido mencionados los nombres propios más singulares del sikhismo (Gurû Nânak, Gurû Gobind Singh, Âdi Granth, Punjab), algunos términos clave (sikh, Gurû, Panth, Nâm, Khâlsâ, rahit, gurduârâ) o prácticas extendidas y reconocidas (kesh, kirpân, meditación en el Nombre, langar). Todo este cúmulo de vectores juegan, a mi entender, en la cuestión de la identidad religiosa sikh. Y un conocimiento de su historia, sus doctrinas y su práctica es ineludible para todo aquel o aquella que desee profundizar en las tradiciones de la India.
A partir de esta identidad religiosa sikh fue fraguándose a lo largo de varios siglos una identidad sikh-punjabí de fuerte carácter social y político.
Un aspecto de sobras conocido de los sikhs es su probado carácter marcial. Aunque muchos sikhs son pacíficos, a lo largo de los siglos se les ha inculcado unos aspectos marciales, hipermasculinos y heroicos. Si a eso añadimos la larga historia guerrera de los jâts, más una desproporcionada participación sikh en los ejércitos de la India (colonial o independiente), habrá que concluir que, aunque deba ser cualificada, la reputación militante del sikhismo es una realidad.
Si a esto añadimos los estrechos vínculos entre el sikhismo y la tierra del Punjab, la lengua punjabí o la cultura punjabí, se entenderá que la cuestión de la identidad sikh pueda deslizarse hacia un nacionalismo religioso sikh, y que ciertas secciones de la comunidad puedan recurrir a la fuerza.
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En la década de los 1920s apareció un partido político sikh (que gobierna en la actualidad en el Estado del Punjab) y, décadas más tarde, incluso un secesionismo sikh (todavía secundado por una exigua minoría) que se enfrentó encarnizadamente al gobierno indio. Este conflicto ocasionó decenas de miles de muertes en la India entre 1984 y 1995 (la de la primera ministra Indira Gandhi incluída). Pero, ¿quién conoce los misterios de la aritmética política, social y religiosa? Hoy, apenas una docena de años desde que la violencia comunal y policial en el Punjab se relajara, Manmohan Singh, un sikh, dirige el gobierno de la India.
Tal vez, esta cohesión socio-política puede explicarse porque dos terceras partes de la comunidad sikh pertenecen a una misma casta, la jât, una gigantesca casta agrícola del Punjab. Con lógica, los jâts han tendido a imponer sus costumbres, valores e instituciones. No obstante, y aunque el grueso de la comunidad se dedica por abrumadora mayoría a la agricultura, también hay castas de comerciantes, de artesanos y hasta de “intocables” sikhs. Cualquiera que haya viajado a la India habrá topado con un taxista, un polícia o un tendero sikh en el bazar. Y lo mismo sirve para Londres, Toronto o Singapur. Y, no lo duden, en poco tiempo valdrá también para Barcelona, Valencia o Madrid.
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