FLASHES DE HISTORIA SIKH
No existe otro sitio religioso en India que haya soportado desacralizaciones tan metódicas, periódicas y violentas como las sufridas por el templo de los sikhs en Amritsar. Erigido a fines del siglo XVI - la religión sikh fue establecida como tal en 1499 por el gurú Nanak- , su suerte siempre dependió de la que por medio de las armas pudieron zanjar sus devotos celadores. Ejércitos de invasores persas, afganos y mogoles, tras cada conquista del Punjab, envilecieron sus campañas al dejar huella innoble sobre la santidad del lugar que hoy conocemos como Templo Dorado. En 1757, durante la cuarta invasión afgana, el edificio fue hecho volar por los aires y la piscina sagrada (Amrit-sar, piscina de néctar) fue repletada con las entrañas de vacas degolladas. Según Khushwant Singh, autor vigente de una obra primordial publicada por primera vez en 1963 (A History of the Sikhs, II vol., Oxford University Press, 1999), "aunque los hicieron limpiar el Harimandir (Templo Dorado), y contraatacaron matando cerdos en las mezquitas, los sikhs no masacraron a ningún prisionero, como sí habían hecho los afganos". Durante la sexta invasión afgana, conocida también como el Gran Holocausto, el templo fue nuevamente derribado a polvorazos. Al estanque fueron a parar cientos de cadáveres vacunos. Dos años más tarde los afganos repetirían con exactitud la ya ritualizada afrenta. En 1765 el templo fue reconstruido "bajo gran presupuesto".
En 1803 el recién entronizado Maharajá del Punjab, Ranjit Singh ("su entronización fue indudablemente popular con las masas, quienes no habían tenido ni un gobernador ni un gobierno propios por muchos siglos"), tras entrar a la ciudad como héroe y bañarse en las aguas sagradas del estanque, estableció un fondo para que el templo fuese reconstruido en mármol y su techo cubierto con capas de oro.
En 1921, cuando India ya pateaba con seriedad por conseguir su independencia del imperio británico, el comisionado inglés de Amritsar confiscó las llaves del altar y del tesoro, con la malévola intención de ponerlas al cuidado de alguien a quien él mismo nominaría. "La captura de las llaves del altar suscitó considerable excitación en India", explica Khushwant Singh. "El gobierno se dio cuenta que el comisionado de Amritsar había removido un nido de avispones y las llaves fueron devueltas al comité de Kharak Singh. Mahatma Gandhi describió el hecho como 'la primera batalla decisiva ganada"'. Pero la Independencia obtenida en 1947 - los sikhs fueron los que más sufrieron con la irracional y apresurada partición del Punjab en favor del recién creado Pakistán- no aseguró la tranquilidad en el recinto sagrado. A principios de los ochenta el Templo Dorado comenzó a ser ocupado por nacionalistas sikhs, quienes bajo las órdenes de Sant Jairail Singh Bhindrawale, y desde la tantas veces quebrantada inviolabilidad del templo, planearon y llevaron a cabo escaramuzas con el doble objetivo de expulsar a los colonialistas del gobierno Indio del Punjab y crear una patria propia y democrática, el Khalistan, la tierra de los Khalsas.
Uno de los más interesantes capítulos de "India. Una civilización herida", del Nobel V.S. Naipaul, relata los pormenores "intramuros" de la actividad insurgente-nacionalista en el templo y la consiguiente respuesta del Estado terrorista indio. En junio de 1984 los tanques del ejército de India irrumpieron con innecesaria ferocidad sobre el Templo Dorado. Fueron secundados por escuadrones de comandos y francotiradores. El objetivo de eliminar a los insurgentes independentistas se obtuvo a costa de la vida de miles de peregrinos inocentes. El daño material fue incalculable; antiguas copias del Granth Sahib, el libro sagrado de los sikhs, fueron quemadas en hogueras premeditadas. Indira Gandhi, quien en ejercicio de sus facultades como Primera Ministro dio la orden de proceder, pagó con su vida cuatro meses más tarde: sus guardaespaldas sikhs la acribillaron con dieciocho balazos. Al hecho le siguieron matanzas de sikhs a lo largo de todo India.
Historia de una religión - Historia por la Libertad y la Independencia
Según Khushwant Singh, la historia de los sikhs no es otra que la del "nacimiento, realización y colapso del nacionalismo punjabí". En 1499, el primero y más relevante de los diez gurús sikhs, Nanak, asentó un movimiento religioso que enfatizaba los puntos comunes entre el Hinduísmo y el Islam, con la notoria incorporación de elementos sufis. Nanak predicó la unidad de los dos credos del Punjab bajo una concepción monoteísta. A principios del siglo XVII el movimiento se reafirmó en la formación de una comunidad religiosa consistente en los discípulos, o sikhas, de Nanak y de los siguientes nueve maestros o gurús. El misticismo inherente al nuevo credo fue compilado en 1604 en un corpus sagrado, Adi Granth o Granth Sahib. Lo componen los escritos de los gurús - varios de ellos dados a la poesía- , más ciertos aportes ético-religiosos extraídos de la obra de santones hindúes y musulmanes.
Los siguientes cien años atestiguaron el crecimiento de una fuerza política paralela a la religiosa, la que llegó a su cúlmine con el llamado a las armas hecho por el último y décimo gurú, Gobind Singh. Pocos años después de su muerte los pastores armados hicieron el primer intento por liberar al Punjab del yugo mogol. Bajo el liderazgo de Banda Singh mantuvieron en vilo por siete años a los ejércitos imperiales, hasta que el caudillo y sus seguidores fueron bárbaramente ejecutados. El mensaje había prevalecido a la carne y la causa siguió captando devotos. Vinieron luego las invasiones afganas al Punjab, hordas inmisericordes guiadas por Ahmed Shah Abdali. El sentimiento nacionalista tomó cohesión y los pastores armados expulsaron a los invasores. La liberación de Lahore (capital del Punjab hasta 1947, hoy en día en Pakistán a 34 kilómetros de Amritsar), y la creación del primer reino independiente del Punjab en 1799 - justo cien años después del llamado de Gobind Singh a las armas- bajo el comando de Ranjit Singh, fueron el clímax del sikhismo. "Estos logros pertenecieron a todos los punjabíes por igual, hindúes, musulmanes y sikhs. En el desfile victorioso de Kabul en 1839 (pocos meses después de la muerte de Ranjit Singh), el hombre que lució los colores sikhs fue el coronel Bassawan, un musulmán punjabí. Y el hombre que portó la bandera sikh a través de los Himalayas, un año más tarde, fue el general Zorawar Singh, un hindú".
Khushant Singh advierte que el énfasis del segundo volumen de su historia es la lucha sikh para sobrevivir como comunidad separada. La era se inició en 1839 "con la resistencia al expansionismo británico; fue continuada como resistencia contra la dominación musulmana; y luego de la Independencia, tornó en resistencia contra la absorción por parte de hinduísmo renaciente". Las guerras con los ingleses (1848-9), pusieron fin al reino sikh. El imperio británico se consolidó en el Punjab. Como consecuencia, la incorporación de los prestigiosos batallones de soldados sikhs a la maquinaria guerrera inglesa. La lealtad sikh al imperio británico durante el motín de los sepoys, 1859, y posteriormente en ambas guerras mundiales, les significó considerables privilegios, mismos que perderían con la creación de una India independiente.
"Fue después de la Independencia y partición del Punjab que la calidad del liderazgo sikh se vulgarizó y entró en franca decadencia", anota Singh. La división del Punjab requirió del movimiento forzoso de millones de personas en muy corto tiempo (musulmanes hacia Pakistán, sikhs e hindúes hacia India). Más de un millón de personas murió en las matanzas posteriores a la partición. Los sikhs fueron los que más sufrieron. En 1966, tras años de agitaciones populares, India delimitó y denominó Punjab a un Estado en el que el idioma reconocido era el punjabí. Siguieron años de prosperidad para los sikhs con la implementación de la Revolución Verde, que convirtió al Punjab en el granero de India. Se intensificaron las migraciones de sikhs hacia Occidente, especialmente a Canadá, Estados Unidos e Inglaterra donde construyeron comunidades fuertes y económicamente exitosas.
La veneración sostenida a un credo ético-nacionalista los hace retornar siempre al Punjab. En "Train to Pakistan", el europeizado sikh Iqbal regresa al Punjab a predicar el marxismo. Afeitado y con el pelo corto, se jacta de su "educación" inglesa ante humildes campesinos de un pueblo punjabí. Reniega de los símbolos. Su figura está impecablemente presentada para antagonizar al espíritu tradicional sikh, expresado éste en personajes corajudos e iletrados. En una de sus más sagaces peroratas, Iqbal sostiene que "La moralidad es un asunto de dinero. La gente pobre no puede permitirse el tener moral. Por lo tanto, tienen religión". Como se comprobará más adelante en la trama, las frases hechas no mellan la asentada integridad de los bravos y devotos guerreros sikhs.-